No aceptamos que la felicidad es un estado pasajero, y buscándola compulsivamente creamos más infelicidad y trauma en nuestra mente. Lo explica en El trauma de la vida cotidiana el autor Mark Epstein. Por Koncha Pinos-Pey

“El trauma es la piedra angular de nuestra psicología”. Mark Epstein

La psicología occidental nos enseña que si entendemos la causa del trauma podemos trabajar para dejar atrás el mismo, mientras que las prácticas orientales utilizan la meditación como un medio profundo para transformar las emociones difíciles. Con este argumento Mark Epstein reconoce que ambas concepciones tienen presente que el trauma es una parte indivisible de la vida, que tiene muchas formas y que no perdona a nadie, sin excepción alguna.

Lo que el budismo y la meditación nos enseñan es que todo es dukkha -la Primera Noble Verdad-. Hay dukkha en todos los sitios, así que hay trauma en todos los sitios. Podemos acceder al espacio que hay entre trauma y trauma creando una nueva memoria, un nuevo registro de conciencia, levantando los condicionamientos ocultos o las pretensiones. Lo que Epstein en su libro El trauma de la vida cotidiana  denomina “la visión traumática de nosotros mismos”.

Todos queremos ser ‘normales’, y es en ese esfuerzo acabamos más re-traumatizados. Todo lo que nos saca de nosotros mismos lo calificamos de problemático; buscamos la felicidad en los lugares más inapropiados. Queremos ser felices siempre, estar contentos e ignorar todo el material que hay en nuestras mentes en cada microestado. Si no estamos contentos siempre es que nos pasa algo; no podemos aceptar que la felicidad también es un estado imperfecto. Y así, no aceptando que la felicidad es pasajera y buscándola compulsivamente, creamos más infelicidad y trauma en nuestra mente.

Quizás nos tendríamos que concentrar simplemente en buscar la potencia de la felicidad, “sus causas”. Lo mismo sucede con el hecho de intentar vivir con el caos potencial y la incertidumbre.

Cuando pierdo el autobús, el trabajo, la familia, ¿qué pasa en mi mente? El trauma siempre está presente, pero no siempre es accesible a mi mente consciente. ¿Cómo puedo ser consciente de que esta allí? La única manera posible de correr el velo de la ignorancia es observar mis pensamientos, sentimientos, percepciones, ilusiones y, sobre todo, mis acciones- incluso las fallidas- . Si tomo, por ejemplo, una imagen o un episodio de mi vida de hace 20 años y lo reviso desde una perspectiva Mindfulness, puedo observar cómo entonces tenía más ira, más ignorancia, menos capacidad de comprender al otro. En un lenguaje psicológico estaba actuando, mi ego estaba interpretando un papel, “era menos yo mismo”.

La gente actúa siempre, y no sabe que lo está haciendo; cree que su actuación, su personaje o su obra de teatro es algo real. Por eso se necesita hacer un trabajo psicoterapéutico con ese material, para reconocer que no es real. Estamos enfadados y creemos que somos el enfado. Podemos entrenarnos en observar nuestras acciones y reacciones sobre hechos pequeños: ¿qué pasa en nuestra mente cuando nuestro vecino nos quita la plaza de aparcamiento, cuando alguien se cuela en la cola del supermercado? Así poco a poco vamos aprendiendo a conocernos y a reconocernos. Esas pequeñas observaciones son indicadores, puntos en el mapa del trauma. Sin reconocer esos pequeños hechos nunca podremos acceder al material traumático. Reconocer que ese día que le grité a una persona estaba actuando una parte de mí es el principio del cambio.

Llegados a este punto es muy importante tener en cuenta no re-traumatizar más a la victima para buscar el trauma. Esto es motivo de una gran controversia dentro de la psicoterapia. La idea es estar presente, pero pudiendo hacer un ejercicio de desidentificación con los hechos. Estás viendo el trauma, pero tú no eres el trauma. Puedes descomponerlo: sensaciones, emociones, percepciones, pensamientos, olores… todo eso existe, pero la etiqueta que nosotros hemos dado a esos hechos “traumáticos” puede ser reformulada. Se trata de crear un ambiente compasivo y acogedor donde si el trauma emerge pueda ser observado sin juzgar, con una mirada comprensiva. A veces podemos necesitar mucho tiempo y otras simplemente podría ser un pequeño momento. Cuando el trauma empieza a presentarse, tiene que ir digiriéndose poco a poco, sin ansiedad.

Entorno compasivo

Hay una cierta similitud entre la figura materna y la meditación, en el sentido de que ambos nos proveen de un entorno seguro en el cual podemos expresarnos, nutrirnos y ser nosotros mismos. La ventaja de la meditación respecto a la figura materna es que no necesitamos al otro. En la meditación nos basta con “nosotros mismos” para crear ese entorno compasivo para acceder a nuestros estados mentales.

Si eres una persona que nunca ha meditado y estás interesado en hacerlo, quizás necesites unas pequeñas instrucciones básicas. Por ejemplo, busca un entorno tranquilo, coloca bien la espalda, intenta ser tú mismo, no te fuerces. Si sientes que en ese proceso surge algo poco amable en ti, obsérvarlo. Ese es el primer material de la meditación. ¿Que está pasando? Es como mirar detrás del armario de ti mismo: hay un sentimiento allí oculto, hay algo que quisieras decir y no estás diciendo a alguien. Este es un hermoso principio para meditar, tomar notas de todo ese proceso. Es también el principio de una terapia: reconocer lo que está pasando. Es dejar que el inconsciente pueda comunicarse con el consciente.

En El trauma de la vida cotidiana Epstein nos relata su propia experiencia y la de sus pacientes, que se encuentran con un psiquiatra budista. La ventaja de reconocer el trauma en nuestra vida es que despierta capacidades de nuestra mente al sufrimiento propio y al de los demás. El trauma nos hace más humanos, más compasivos y más sabios. Puede ser el mejor maestro, y el que finalmente nos otorga la llave de la libertad.

Se trata de crear una apertura a un modo de ser claro y presente, sensible y libre, de darse cuenta que hay momentos traumáticos pero que nosotros no somos realmente esos momentos. Una manera amorosa y valiente de vivir basada en estar presente con la experiencia traumática, con equilibrio constante.

Cuando vivimos en este momento -que es el único que tenemos- nuestra vida se vuelve infinitamente más rica

Por Koncha Pinos Pey

       

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