Nuestras escuelas deben de ser más inteligentes, más rápidas, más ligeras, más adaptables, más colaborativas, más abiertas, integrando ciencia y tecnológica. Pero sobre todo tienen que estar conectadas con lo que pasa en el mundo real. Esta transformación requiere un nuevo reparto de papeles; es el anuncio de un gran cambio cultural que otorga más valor al individuo en relación con el ethos. Por Koncha Pinós-Pey

Si la imprenta provocó una explosión de información en el Renacimiento europeo, la neurociencia está alimentando un renacimiento global, iluminando la próxima etapa del desarrollo humano. Si miramos en ese futuro, la educación debe de cambiar completamente.

En el siglo XXI no podemos pretender fijar una edad para aprender unos conocimientos, ni encerrar las tablets como castigo. Debemos tener la audacia de volver a imaginar el aprendizaje, sin ignorar más los avances de la neurociencia, la mente, el cerebro.

¿Cómo aprenderán los niños del futuro?

Esta es la cara del futuro: neurodiversidad, creación, sincronicidad, interdependencia entre las especies. En este nuevo milenio todo cambia: las estructuras políticas, los contextos sociales, las interacciones humanas, desde los niveles personales hasta lo institucional. La economía, la ecología, la educación…. Estamos en el inicio de una nueva era, donde la humanidad tiene más oportunidades de comprender y aprender a hacer las cosas mejor.

El futuro es imprevisible y no podemos decir cómo será la educación a finales del XXI. Pero un niño que inicia hoy la escuela se retirará en el 2070, y puede vivir mínimo hasta los 85 años. El reto de las escuelas es muy grande. Linda Darling- Hammond, profesora de la Universidad de Stanford y asesora del presidente Obama en materia educativa, dice que “el gran desafío es formar ciudadanos motivados y autosuficientes. Empresarios que asuman riesgos, que tengan un conjunto de habilidades que incluyan desde la resolución de problemas, trabajo en equipo, creatividad, innovación y critica, reflexión y mejora continua”. Estas nuevas expectativas requieren un cambio importante en las escuelas; quedará lejano el boletín de notas basado en conocimientos sobre habilidades simples de una materia.
Todo esto implica enseñar a autoevaluarse, investigar, criticarse, comprender cuestiones profundas desde la ética a la ciencia, organización y política, comunicación, biología, arte.

Como educamos y tratamos a nuestros hijos determina lo que queremos que sean nuestras sociedades. Para cambiar el mundo, tenemos que empezar a cambiar nuestro interior, y el primer contenedor o laboratorio de exploración es la escuela. Un lugar que debe ser amable y compasivo, creativo y colaborador. Resiliente y sinérgico. La reforma escolar no trabaja solo con cifras y estadísticas, sino que aborda el marco conceptual o el paradigma de nuestro tiempo. Y ese paradigma hoy es “Neurociencia”. Se trata de usar la tecnología y la ciencia del siglo XXI con una mirada del siglo XXI, y no del siglo XIX. Se trata de inventar e imaginar toda la estructura según la “mente del futuro”, para que los niños que hoy están en las aulas tengan la oportunidad de mostrar las excelencias de una mente neurodiversa.

Neurociencia de la educación

El siglo XXI requiere ciudadanos globales que puedan navegar en www. Interconectados y responsables. Eso no significa que nuestras escuelas vayan a ser más frías, ni que todo lo controlen las máquinas, sino más inteligentes, más altruistas y sintonizando medios tecnológicos con los dones que los niños tienen en sus mentes.

La escuela no es un juego, sino una oportunidad inmensa para cocrear el futuro de todos los niños que serán los adultos del mañana. Este es el momento de hablar de educación y, por qué no, de neurociencia de la educación… Y si no es ahora, ¿cuándo lo será? Más allá de lo público y lo privado, más allá de ricos y pobres, más allá de los neurotípicos o los neurodiversos, un nuevo paradigma que ya está aquí.

Contribuir a que nuestros niños sean adultos felices, inteligentes, creativos y saludables no solo es una meta, sino un valor absoluto a preservar. Todos los países deberían ser capaces de procurar la felicidad sostenible de sus ciudadanos. No pasará nada si cambiamos las pizarras de tiza por digitales. Si nos dotamos de habilidades técnicas, pero nuestras agendas mentales siguen siendo estrechas y están escritas con “culpa y vergüenza”.

El objetivo mínimo es la reinvención de la educación. Como todos tenemos algo importante que decir sobre el cambio escolar, aquí está nuestro mensaje: “Si enseñáis a vuestros hijos como os enseñaron a vosotros ayer, les estáis robando el futuro”. No es porque la educación sea difícil en el siglo XXI que no nos atrevemos, no nos atrevemos porque implica cambiarnos a nosotros mismos, y ese es el reto.

Lo que necesitamos es más especialistas en el sueño de lo imposible.

Koncha Pinos Pey

 

       

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