Al final todo llega; la felicidad llega, el dolor llega, la vida llega, la muerte llega… ¿Por qué no aceptamos cuando llega la felicidad y nos damos de baja de la desgracia? No estamos educados en comprender nuestros estados de ánimo ni nuestra mente. Simplemente reaccionamos como un bombero apagando los fuegos internos. Por Koncha Pinós-Pey
En lugar de ser uno, nos convertimos en varios. En lugar de ayudarnos a nosotros mismos, nos enredamos en ayudar a otros. Eso es lo que se llama naturaleza inmadura, lo contrario de una naturaleza reposada. Donde nuestras competencias emocionales, intelectuales y físicas son capaces de detectar el más leve movimiento interno.
Cuando decimos en mindfulness “permitir que las cosas sucedan y aceptarlas”, no quiere decir que todo lo que sucede sea bueno. Hay pulsiones de la mente agresivas, desgracias, inquietudes y caídas en condiciones inhumanas. Eso no es bueno y no podemos abandonarnos a ciegas en ese sentir. Más bien es no oponerse a su movimiento natural. Igual que no podemos oponernos al tsunami que acaba destrozando nuestra casa. No forzar, no rechazar, sino dedicarse a ver ese movimiento. En todo movimiento de sufrimiento hay una necesidad de aprender y otra de dejar atrás. Esas dos partes son fundamentales que el paciente las reconozca. Todo movimiento tiene un tomar y un soltar, toda respiración tiene una inhalación y una exhalación. Pero ¿qué pasa cuando hay que soltar y nos aferramos, o cuando teniendo que tomar hay miedo visceral a hacerlo? Esta capacidad de discernir nuestros estados emocionales y equilibrarnos consiste en no dejarnos atropellar por el tranvía de las emociones ni de los otros. Estar centrados y presentes.
¿Qué se puede hacer para acabar con la insoportable sensación de desorden mental?
Para empezar, dejar de intentar controlarlo todo y poco a poco poner orden… un poco de orden -mejor aún-. En la regulación de los estados de ánimo hay tres objetivos fundamentales: distinguir con sabiduría lo que conviene de lo que no; lograr que haya calma mental en el proceso; y poder actuar con coherencia –relativa, progresiva-.
Ocuparse y educarse en comprender los estados de ánimo es algo que deberíamos incorporar en la educación temprana. Porque permite acceder a un conocimiento personal indispensable para comprender y regular nuestras inteligencias. Si no, tarde o temprano la confusión nos llevará al sufrimiento y de allí al dolor; aparte de que causaremos mucho dolor también a personas que nos quieren.
El otro día mi caldera se rompió, y el electricista me dio toda una lección de “regulación emocional”. Según él, se había roto porque la bomba estaba todo el día produciendo calor, y aunque los calefactores tenían el termostato apagado ella no discriminaba que tenía que dejar de producir calor. Fue genial, porque comprendí muy bien que me estaba hablando de la “discriminación de los estados emocionales”. Si no quería quemar mi caldera de nuevo, tenía que poner un discriminador para que esta comprendiese que no era necesario producir calor para una zona de la casa que no lo necesitaba. Poner un “thymostato” -del griego tymos: humor-. Regular los humores.
Eso no solo es aplicable a los estados de ánimo negativos, también a los positivos. Cuando estamos contentos creemos que todo es posible, pero no. Creemos que el amor basta, pero no es así… no basta. Solo con estrategia asertiva podemos darle confianza al proceso, tomar consciencia de los momentos de bienestar, frecuentando personas equilibradas, entornos nutritivos que nos permitan estar bien con nosotros.
Los problemas más comunes
- Error en la elección del estado de ánimo de referencia: tienen dificultades a la hora de establecer cuáles son las metas mínimas en la vida. Por ejemplo, “desear estar en calma”, incluso aunque tengan que vivir una situación desagradable si priorizas la calma frente a la resolución del conflicto violentamente. Elegir una forma de vida, de relación, de trabajo, que no te dañe, aun renunciando a pagos económicos, es una forma de felicidad sostenible, no de placer temporal. En este nivel es fundamental tener la motivación apropiada y ser coherente con las metas mínimas.
- Error de sensibilidad del recipiente: es fundamental distinguir entre excitación y energía. Hay individuos que buscan la excitación adrenalinica pero no tienen energía. Y otros que tienen verdaderamente energía y no necesitan la adrenalina. La clave aquí es el discernimiento entre donde se está y donde no se está. Si nos ponemos en un contenedor de adrenalina, pero buscamos energía… mal. Si nos ponemos en un contenedor de energía, pero buscamos adrenalina… mal. No es sintónico. Es importante hacer un mínimo de trabajo sobre las capacidades de uno, lo que el medio te demanda, qué sientes y cómo te sientes.
- Error de no reparar: la falta de reflexión induce al individuo a pensar que todo vale, que puedo seguir hacia adelante sin hacer un trabajo de elaboración experiencial. Pensamiento débil, voluntad fallida, desconexión auténtica… Y al final las metas de evitar el dolor pueden llevar al individuo a “sufrir” y a hacer “sufrir a otros.
¿Cómo aceptar los estados de ánimo negativos?
No se puede regular la bomba de la caldera sin aceptar que falla el “discriminador emocional”. La mayoría del trabajo terapéutico camina hacia la aceptación progresiva, pero existe una corriente muy fuerte llamada ACT -Acceptance and Commitment Therapy: Terapia de Aceptación y Compromiso- que nos recuerda hasta qué punto el compromiso no puede ser posible sin la aceptación, porque si aceptamos sin comprometernos se parece más a la resignación.
Uno no puede salir del sufrimiento porque nunca quiso estar. Pero si aceptamos que estamos en el sufrimiento, aunque nunca quisimos llegar allí, es el primer paso. Más bien acompañarnos en la sala de espera del sufrimiento. Para ello hay que sentarse en tres sillas: la represión de los hechos, el ahogamiento que te produce y la sumersión. Pero podemos introducir una cuarta silla: la vacía. Vamos a sentarnos poco a poco en cada una de las sillas y cuando lleguemos a la cuarta podemos suavemente introducir la amable compasión.
Cuando queremos simplemente corregir el sufrimiento, sin tener contacto con él, lo estamos reprimiendo. Cuando lo estamos negando, lo estamos ahogando. Nuestra sociedad no nos anima a ocupar ninguna de las tres sillas; más bien a quedarnos de pie y cederle el lugar a otro -transferirle nuestro sufrimiento- o taparlo con otras cosas: compulsiones, huidas sistemáticas, distracciones o supresión son más bien contraproducentes pues tienden a la cronificación del dolor.
Sabemos que la actividad física aumenta la sensación de unión y energía, creando la base de cualquier cambio positivo como la confianza en uno mismo, la curiosidad de seguir explorando en la vida después de una decepción. Por eso hacer ejercicio físico es muy útil. No es útil pasar demasiado tiempo preguntándose “por qué es así o por qué paso”; vale más dedicar media hora a hacer una buena tabla de yoga, pasear, estirarse y marchar. Activarse y socializar es también un inductor hormonal de estados de ánimo positivos, por su simplicidad y benevolencia. La conclusión es que para salir de estados de ánimo negativos no solo podemos hacerlo desde la elaboración psicológica, sino desde el cuerpo y también con el otro “cuerpo social” que nos apoya en el proceso creando nuevos vínculos sociales no tóxicos.
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